Observatorio de la Dehesa

Un festín en la dehesa

2 de junio

Hace pocas semanas tuvimos la ocasión de visitar a la Fundación Naturaleza y Hombre, entidad colaboradora del Observatorio de la Dehesa, en la Reserva Biológica Campanarios de Azaba, al oeste de la provincia de Salamanca. Con sus más de 522 hectáreas, esta finca constituye un reservorio de fauna y flora excepcional, en el que se dan cita especies como el buitre negro, la cigüeña negra o el águila real. 

Uno de los principales atractivos de esta reserva son los hides fotográficos: se trata de estructuras (cuyo nombre proviene del verbo en inglés hide: esconder) que están pensadas para observar y fotografiar animales sin causarles molestias. Puede ser una caseta camuflada en la vegetación, un observatorio elevado o, como en nuestro caso, una especie de búnker subterráneo con una ventana de cristal traslúcido que se asoma a ras de suelo.

Nuestra visita al muladar, un área específicamente diseñada para atraer buitres y milanos con carroña, duró toda una mañana y fue, sin duda, un espectáculo inolvidable.

 

El placer de la espera

 

Una vez depositado el menú del día (pollos), los técnicos de la reserva nos indicaron que debíamos esperar en silencio para no espantar a las aves. Así lo hicimos, y durante casi una hora permanecimos sin apenas movernos, atentos a cualquier señal o cambio en el entorno.

La naturaleza tiene sus tiempos, y en este mundo de prisas e inmediatez que hemos creado, a los seres humanos nos cuesta cada vez más realizar ejercicios de paciencia como este. La espera implica permanecer en silencio y sin moverse mientras fuera, aparentemente, ‘no pasa nada’. Sin embargo, y aunque estábamos deseando ver a los buitres en acción, lo cierto es que los momentos previos también están llenos de emociones. Desde nuestra posición a ras de suelo, apenas a la altura de las hierbas y de las mariposas que revolotean, podemos espiar cada uno de los movimientos que realizan los habitantes de la dehesa cuando no les molestamos.

 

En primer plano, en un tronco de árbol seco junto a la carroña, un cuervo se ha posado y observa a su alrededor expectante. Al fondo, un montón de rabilargos revolotean alrededor de una encina de la que suben y bajan al suelo, seguramente en busca de alimento. De vez en cuando se escucha el grito agudo de algún milano, y todos estos momentos de actividad, en los que crees que algo está a punto de suceder, se intercalan con minutos de silencio.

 

De vez en cuando se proyectan las sombras de los buitres, cada vez más grandes, sobrevolando el muladar. Ninguno se acaba de decidir a bajar, aunque cuervos y milanos parecen nerviosos y van tomando posiciones en los árboles. También se observan trifulcas aéreas entre ellos, y tenemos la sensación de ser una especie de intrusos privilegiados en este baile privado.  

 

Por fin, un grupo de cuervos se decide a posarse en el suelo y avanzar hacia la carroña. Los córvidos son un grupo de aves extremadamente inteligentes, y cuando uno de ellos mira en dirección al hide nos da la sensación de que sabe que estamos ahí. Contenemos la respiración, expectantes, pero de pronto algo les asusta y emprenden el vuelo. ¿Nos habrán escuchado?

 

Vuelta a empezar. Las sombras de los buitres están cada vez más cerca, y los cuervos vuelven a tomar posiciones en las encinas de alrededor como si fueran centinelas alados. Intentamos no movernos ni un milímetro, y pronto se acercan tímidamente y empiezan a picotear la comida. Tras otra espantada generalizada – ¿quizás por los buitres que ya se acercan? -, una veintena de cuervos comienza el festín. De vez en cuando algún milano baja rápidamente en picado para coger algún trozo, aunque no llegan a posarse en el suelo.

 

Y llegaron los buitres

 

Con la mirada puesta en los cuervos no nos hemos dado cuenta de que los primeros buitres empiezan a bajar. Cuando el primero se atreve, empieza la catarsis, y en pocos minutos tenemos delante a decenas (¿o quizás centenas? ¡Resulta muy difícil calcular!) de buitres, tanto leonados como negros, dando cuenta del banquete. Estamos tan cerca que se puede escuchar hasta el sonido de los huesos al romperse, así como las peleas encarnizadas por la comida.

 

Algún que otro buitre se acerca al cristal, curioso, tan cerca que parece que va a picotearlo. Sabemos que no pueden vernos, pero aun así parece que algo notan, y es impresionante tenerlos tan cerca. Muchos se suben al techo del hide: están literalmente encima nuestro, y podemos sentir los pasos, los golpes y el ajetreo encima de nuestras cabezas. Hay momentos en los que uno no sabe hacia donde dirigir la mirada: hay buitres peleándose por la comida, milanos posados en los árboles, buitres negros descansando en el suelo, un zorro con aspecto de estar enfermo aparece por otro lado para salir huyendo en cuanto es descubierto… nuestras cámaras fotográficas echan humo, y el tiempo pasa volando.  De hecho, fueron más de tres horas de festín, y tuvimos la sensación de haberlo disfrutado apenas unos pocos minutos. Aunque somos conscientes de que no hay nada como asistir a este espectáculo en directo, os hemos dejado algunas fotos y un vídeo de aquella mañana. ¡Esperamos que os gusten!